sábado, 10 de diciembre de 2016

APRESÚRESE, BORGES (sin usar el verbo Ser)

Cerrada a las consignas del mes. ¿Qué campamentos? ¿Los de mi primera juventud? Están muy lejos, recuerdos de recuerdos. ¿Qué poetas? Hay tantos tan queridos… Además, suprimir EL verbo. Me enojo conmigo. No sé. No puedo. Lo que escribo no sirve a nadie para nada. Faltaré a la cita. Renunciaré al trabajo que alimenta mis días. Abro al azar un libro de Borges y leo:

           « En vano te hemos prodigado el océano
             En vano el sol, que vieron los maravillados ojos de Whitman;
   Has gastado los años y te han gastado,
   Y todavía no has escrito el poema.»

Así, humillada, avergonzada, me voy a dormir. 
Quiero compartir este sueño con todos los que alguna vez ante la página en blanco sintieron una impotencia y un dolor similares:

«Borges nada en el Ródano», me digo. Pero no. Borges nada en nuestro Atlántico hacia el horizonte, y yo lo miro desde la playa.
Joven, enérgico y sin aparentes problemas en la vista.  Para mi asombro, acaso mi envidia, tiene aire suficiente para recitar o dictar algo mientras nada:

«Agua, te lo suplico. Por este soñoliento
            enlace de numerosas palabras que te digo,
            acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo.
            No faltes a mis labios en el postrer momento.»

Sigo en la playa, pero tal como ocurre en los sueños, cambia el plano y ya no me asombra que alguien que se aleja, esté más cercano a mis ojos.
Clarea en el horizonte donde la luz dibuja otras figuras. Sé, con el saber de la noche, que han estado siempre ahí.
A un lado, a la derecha y algo más lejos de la mirada todavía, Homero organiza una fogata que deberá encenderse en poco rato. Lo ayudan los tres grandes que tomaron sus cantos y sus mitos,  también Goethe, Shakespeare,  algún otro.  

Adelante, mirando de frente a Borges que sigue nadando,  Dante y la sombra de Virgilio  esperan.
Traga agua, tose, manotea como un náufrago. Se transforma en el agua y veo surgir el anciano que todos recordamos con bastón, mirando hacia vagas nubes amarillas.

Homero y los suyos encienden las primeras chispas.

La sombra de Virgilio tiende una mano de cinco caminos hacia el agua, mientras  el agudo perfil del Dante se agranda como un ave imperiosa sobre el mar. Reclama:
──¡Apresúrese, Borges!
──Alighieri, me han quitado el verbo de la Creación, ¿estoy en el infierno?
──No pueden, no se asuste. ¡Apresúrese! ¡Vamos! ¡Hay que encender la aurora!