lunes, 24 de octubre de 2016

COMER POR LOS OJOS

El niño huele el almíbar  que empieza a  hacerse en la olla de barro.
En la cocina, la madre saca del horno dos placas de moldes redondos y vuelca el contenido de una sola vez en la olla.
El niño entrega su mirada deslumbrada a esos globos de oro claro que flotan y giran suavemente en el líquido hirviente.
La madre reconoce en su hijo el estado de plenitud del descubrimiento. Cierra el viejo  cuaderno de recetas cuidando de que no se desarme, y lo devuelve a su lugar.
En voz baja,  dice:
── Se llaman huevos quimbos. La abuela de mi abuela ya los hacía. Son muy dulces, se hacen con mucho tiempo a un calor suave y constante como el cariño. Los comeremos esta noche en el cumpleaños de  papá.
El niño no contesta. Los globos dorados se impregnan y se hunden en el almíbar, toman un tono de oro viejo  mientras se desinflan y se arrugan un poco.  Fin de la maravilla.
Los ojos del asombro  se llenan de lágrimas.
Como si despertara de golpe,  responde:
── Yo ya comí. Y huye de la cocina como de una trampa.