domingo, 12 de junio de 2016

LA NOCHE MIL DOS

El anciano encontró la llave en la arena del desierto bajo el árbol de los deseos, allí donde los pobres y los tristes cuelgan trozos de tela, papeles con alguna plegaria, pequeños objetos para pedir la bendición de Alá.

Parece un hombre pobre, de los que no pueden mantener un camello y sólo cuentan con un asno por transporte y compañía, sin embargo no siempre  fue así. 
Muy cerca del árbol  hay un pozo de agua que sacia la sed de hombres y animales.
Ante todo da de beber al asno y lo deja a la sombra del árbol. Después, bebe él. 

Se sienta a observar la llave. Es pequeña. ¿Quién deja una llave de oro en el desierto?  Tiene una cinta manchada de tinta de la que alguna vez fue colgada a una rama  ahora desgajada por el tiempo.  Piensa en un alhajero de mujer, en una gaveta para cartas o pañuelos de seda. Un regalo con dedicatoria devenido en pena de amor. 

 Le recuerda algo. La mueve entre las manos tratando de sentirla mientras en su memoria se forma una nube que va definiéndose lentamente. ¿Cuántos años hace ya de aquella noche en la que ella terminó de relatar la historia de la princesa Almendra y el príncipe  Jazmín? ¡Tantas estrellas tuvo! Conoció a sus hijos, casó a su hermano y  encargó a los copistas el registro de los maravillosos relatos de los que había creído aprender tanto, para guardarlos  en un merecido cofre de oro con una llave  similar a ésta.

Aquel que fuera el poderoso rey Shahriar llora al borde del desierto, recordando a su amada Sheherezada.  Nunca supo de qué había muerto. Pero en el silencio del atardecer  cree oír la voz encantada que repite: «He llegado a saber, oh Emir de los Creyentes- pero Alá sabe más…» y tiembla como en aquel amanecer cuando, en medio de las oraciones del muecín, le trajeron la terrible noticia.

La llave sigue dando vueltas en sus manos, Necesita coraje para leer  algo que no fue escrito por él ni para él. Aunque solo pueda verlo un escarabajo, se siente con el miedo y la vergüenza de aquel que entra  en la intimidad de alguien que acaba de morir en busca de un secreto que no le pertenece. Sin embargo la llave fue expuesta en un lugar tan público y tan íntimo como el desierto.
Lee por fin: «¡Oh, Dueño de lo Visible y lo Invisible, Único Viviente, te devuelvo la llave del Paraíso para que la entregues al que sepas merecedor de ella!»
¿Qué Paraíso es ese que se abre con una llavecita de oro semienterrada en la arena?

Ahora hay algo parecido a un  mareo.  El viento hace volar la arena; de nuevo la amontona formando rápidas y confusas imágenes de mujeres. Apenas puede reconocerlas. Son las que él mandó matar. No aquellas por  las que se creyó redimido en la vida con Sheherezada. No,  no. Son las que reclamó después, cuando obcecado y ciego  pretendía consolarse con más historias contadas por otras voces. Pero ninguna supo relatar como ella.
La cólera y el dolor lo llevaron nuevamente al crimen.

Un día le trajeron una niña aterrada  y temblorosa que no se atrevía siquiera a decir su nombre en presencia del rey, la mirada clavada en el piso, los brazos cruzados sobre el pecho infantil.  De pronto, un rayo de conciencia le mostró que no había aprendido la lección. Se vio como el monstruo dormido en la placidez que Sheherezada y sus súbditos crearan para él. Supo que por la temible comodidad había disfrutado de esa paz sin conquistarla.  La vergüenza y el horror alcanzaron a Shahariar. Dejó ir a la niña; abandonó todo en manos de su hermano, y partió al desierto en busca de la Inexorable, la Separadora de Amigos, la Inevitable. Sin embargo Ella le rehuye. ¿Cuánto tiempo lleva..?

Con el atardecer comienza el frío del desierto. Se pone de pie. Antes de que el sol muera ahogado en la arena, vuelve a mirar la llave. Camina en círculos hablando solo.


Al llegar  a la boca del pozo, se asoma  y un grito de pavor resuena en el reflejo. Deja caer la llave.